¿Sabías que las naranjas de Sevilla tienen su origen en China?
Puede que te parezca que siempre han estado ahí, como si los naranjos formaran parte del paisaje sevillano desde el principio de los tiempos. Pero no.
Estos árboles que decoran la ciudad con su azahar tienen su historia… y su origen está mucho más lejos de lo que imaginas: en China.
Un viaje que empezó en Asia
La llamada naranja amarga (la de Sevilla), nació hace siglos en Asia, concretamente en la zona del sur de China y parte de India.
De allí empezó a viajar por el mundo, primero a Persia, luego al norte de África… y finalmente llegó a la península ibérica.
Fue durante la época de Al-Ándalus, en torno al siglo X, cuando los naranjos llegaron a Sevilla. Y desde entonces, forman parte de la ciudad como un elemento indispensable más.
En la época musulmana, sobre todo bajo los almohades, Sevilla era una ciudad importante y llena de jardines.
Por aquel entonces, los musulmanes conocían a este fruto como nãraný y fomentaron su cultivo no solo por su belleza sino también por su aroma, sus propiedades medicinales y sus usos en perfumes y aceites.
Entre el mito y la historia
Dicen que Hércules, el fundador legendario de Sevilla, trajo a la ciudad las “manzanas doradas” del Jardín de las Hespérides. Algunos creen que eran naranjas. Mito o no, lo cierto es que este árbol, venido de tan lejos, se ha convertido en uno de los grandes símbolos de la ciudad.
De Sevilla al mundo
Hoy en día hay más de 40.000 naranjos repartidos por las calles de Sevilla. No es solo una cifra: es un récord. Ninguna otra ciudad tiene tantos.
Y aunque sus frutos no sean dulces —más bien lo contrario— fuera de España tienen muchísima fama. Especialmente en Reino Unido, donde hacen mermelada de naranja amarga con fruta sevillana desde hace siglos. La famosa Seville orange marmalade sale de aquí.
El aroma que cuenta un viaje
La próxima vez que des un paseo por Sevilla en primavera y te envuelva el olor a azahar, acuérdate de esto: esos árboles no siempre estuvieron ahí. Viajaron miles de kilómetros, cruzaron culturas y siglos, hasta echar raíces junto a iglesias, fuentes, patios y avenidas. Y sin hacer ruido, se convirtieron en parte de lo que hace única a esta ciudad.